No sé si sería por la luz, todavía presente a las 21:00 en esta época del año. O el calor, que ebullía a esas horas con el techo retráctil del Santiago Bernabéu echado, lo que convertía al nuevo estadio en un pequeño horno pese a que desde el club aseguran que el efecto era el contrario y el frescor se debería notar. No había ambiente de noche de Champions, de las veladas frías y oscuras que el fútbol se encarga de iluminar. Pese a todo, las escuadras de Real Madrid y Olimpique de Marsella formaron solemenemente para escuchar el himno de la competición, por todos conocido.
Y más extraño fue el comienzo del partido. El aficionado del Real Madrid viene de años de fútbol a fuego lento, de partidos con ritmo in crescendo, de goles del contrario en los primeros minutos debido a la parsimonia defensiva. De delanteros a verlas venir. Lo que sucedió ayer en el bernabéu fue todo lo contrario.
El Olimpique se vio asfixiado desde el comienzo. Empezando por una delantera lidearada por un impetuoso Mbappé que arengaba a sus compañeros en la presión desde la misma línea de portería. Los marselleses no conseguían hilar 3 pases seguidos. Una y otra vez había robos, contraataques, ocasiones, dudas del portero y momentos trepidantes. Los aficionados visitantes, que empezaron haciéndose notar a golpe de decibelio, acabaron por ver doblegado su entusiasmo cantarín por el propio juego nulo, amordazado, de su equipo.
Las ocasiones fueron innumerables la primera media hora donde Rulli brilló de forma heorica, haciendo el récord de paradas en un tiempo en la historia de la Champions. Y cuando parecía milagroso que el partido no fuese 5-0, una contra del equipo marsellés, aderezada con algún rebote afortunado, acabó en el fondo de la portería merengue. Lo que prometía ser una fiesta, se puso 0-1.
El Real Madrid no bajó los brazos y el premio llegó poco después en forma de penalty, inapelable, sobre Rodrygo. Se encargó Mbappé de la ejecución, y Rulli de poner a prueba el miocardio de la hinchada madridista al adivinar el lado del disparo y hacer una gran estirada que resultó inútil. Parecía mentira, pero el gol merengue para el 1-1 tardó en llegar y fue de penalty. Inverosímil.
Y fue en la segunda parte, cuando las fuerzas del equipo local ya no daban para una presión tan atenazadora, cuando el partido entró en esa fase en la que suceden cosas raras. Un expulsión a Carvajal, que no estuvo a la altura de la capitanía del Real Madrid al caer en un provocación de Rulli, al contestarla con un leve cabezazo. Suficiente para que el VAR constatase la pequeña agresión del defensa y fuese sancionado con tarjeta roja. Partido empatado, fuerzas que flaquean. Y con uno menos.
Cierto es que el Real Madrid no bajó los brazos, pero las llegadas del Olimpique, aunque muchas veces no muy claras, se multiplicaban. Y cuando la sombra de la duda se hacía grande, un penalty de los que ahora se pitan, por una mano involuntaria de rebote, llegó en forma de bálsamo para el Madrid. Otra vez Mbappé a la ejecución. Y otra vez Rulli puso a la hinchada madridista al borde de tener que utilizar los desfribiladores del estadio adivinando la intención y llegando a tocar el balón. No sé si habría para todos si el brillante portero llega a desviar el esférico. Pero no fue así. Gol y 2-1.
El partido quedó anestesiado desde ese momento, con algún susto de más y con la certeza de haber visto un partido realmente extraño. Con un Real Madrid que no se veía desde hace mucho. Pero que a pesar de todo acabó ganando con cierta agonía, como sí que ha sucedido en los últimos tiempos.